dilluns, 28 de setembre del 2015

A mi querida España


Pensemos en un tren constituido por unos cuantos vagones con pasajeros fijos, cada cual más variopinto. Todos ellos, conducidos por una locomotora común, caminan lentamente, unidos desde hace tiempo por ensamblajes vetustos que chirrían, dando a entender que en ciertos sectores del convoy existen síntomas de envejecimiento así como la necesidad de suprimir el óxido y acometer una profunda renovación. Pese a la negativa obcecada de la máquina, que cree firmemente que todo se fabricó de tal forma que no hubiera ni fisuras ni desperfectos, se empieza a escuchar una especie de runrún que evidencia que no todos están satisfechos. La locomotora, que silba furibunda al mínimo atisbo de subversión de los vagones traseros cuenta, en primer lugar, a su imagen y semejanza, con unos vagones de primera que destilan una identificación total con el rumbo, la velocidad y la conducción del mando. Sus ocupantes conforman el organigrama técnico, legal y comunicativo de la expedición. Niegan, en cierta medida, por el deseo de mantener su status quo y el rumbo elegido, que el tren se pueda estropear. Rechazan otras formas de organización y denostan la propuesta de itinerarios alternativos que no transiten por las vías preestablecidas. Los motivos de la negación, casi siempre alejados de razonamientos técnicos susceptibles de ser debatidos y mejorados, a menudo se circunscriben al manual. Tajantemente. Aquel manual de uso, redactado con la urgencia de una partida necesaria, se esgrime constantemente como el escudo que impide aventuras y desafíos. Todo está en orden, dicen. No hay que modificar nada porque el manual ya lo estipula todo. Y como todo lo estipulado es sacrosanto, no hay posibilidad de alterar el texto. Atado y bien atado. Las hojas de ruta discrepantes no se negocian, ni tan sólo se consideran. Y mientras los diagnósticos diferenciados son desoídos y revocados en virtud del código interno, en los vagones traseros ya hace tiempo que se filtra un fuerte tufillo de carbón. Las viejas calderas se han calentado y ya han empezado a hervir. Quizás no sean bastantes los comprometidos en desollar la locomotora inutilizada pero los que antes de ayer eran cuatro dando palazos, ayer fueron ocho, ahora son doce y mañana quizá veinte. Y como decían los ascetas del vagón, han estado yendo lentos porque tienen la intención de llegar lejos. En la posición de mando las cabezas comienzan a asomarse por las ventanillas con recelo y desconfianza. En medio, algunos bienintencionados todavía aspiran a liderar un tren heterogéneo y un régimen interno que lo flexibilice. Es posible que todos lleguen tarde.


La fortaleza de los anclajes se ha oxidado gravemente. Y esto no figura en el manual.  

4 comentaris:

MgA ha dit...

Imaginemos que gracias a esa gente descontenta, se logra convencer a los del primer vagón que hay que hacer cambios en general para que la locomotora funcione de nuevo. Y se consigue, gracias a la fuerza ejercida por TODOS los ocupantes de que así sea.
La locomotora vuelve a seguir hacia adelante como muchos años atrás lo hizo.
Una locomotora con vagones desenganchados, deja de ser locomotora, y al pasajero le interese llegar a buen puerto, supuestamente, ya que no puede viajar sólo en un vagón. Las mejoras en la locomotora vuelven a dejar a los pasajeros contentos.

Imaginemos un grupo de niños que discriminan a otro grupo de niños. Sin embargo, el primer grupo está jugando a la pelota y de repente queda enganchada en un árbol. No pueden alcanzarla salvo con la ayuda del otro grupo que decide echarles un cable y darse cuenta de que juntos, han conseguido alcanzar la pelota.
Deciden jugar todos juntos y descubren que en equipo, ha ido todo mejor, juegan mejor, se lo pasan mejor. Qué mejor que estar juntos.
Una gran moraleja para llevarla al día a día.

Imaginemos la frase que dice "Lo viejo funciona mejor que lo nuevo". O la de "Más vale malo conocido que bueno por conocer".

Podemos imaginar muchas cosas, y todo irá encaminado al 'deseo' de cada uno y con ello crear nuestros símiles, pero mi deseo es educar a esos niños a pensar que el futuro mejor lo construye uno con ayuda de muchos, que la unión hace la fuerza, y que la multiculturalidad es un privilegio que pocos tienen.

Mejor juntarnos para construír una locomotora potente, que disgregarnos y tener que ir a pie a todos los sitios por culpa de dejarnos parte de nuestras piezas por el camino.

Agostí Tiralí ha dit...
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Agostí Tiralí ha dit...

La verdad es que llevo unos días preguntándome quién es el perdido que se deja caer por este blog y queriendo contestar. Disculpa la demora.

En primer lugar te agradezco el comentario, que además de gustarme mucho, ha seguido en la línea de la metáfora, cogida con pinzas, pero metáfora al fin y al cabo. Enhorabuena.

Como el símil es bastante malo, imagino que también habrán anclajes que chirríen en este escrito pero lo que yo quería poner de manifiesto no es si conviene más o menos, si juntos o separados. No. Me gustaría, sin ánimo de pontificar, que la gente entendiera qué está pasando y porqué está pasando. Porque sinceramente creo que desde diagnósticos erróneos tomaremos decisiones que, de cara a la galería nos parecerán bien, pero que a efectos prácticos y de futuro pueden ser contraproducentes.

El inmovilismo envuelto en una coraza legal me parece muy cómodo, incluso hábil en un escenario de negociaciones iniciales. Pero no podemos pretender solucionar encrucijadas políticas legítimas y con visos mayoritarios, con la sola remisión a la ley. Es una estrategia nefasta, de mal cálculo y peores consecuencias. Años de pasividad, sin afrontar la cuestión, dejando que se enquiste y facilitando el crecimiento del soberanismo. Yo no soy quien le tiene que dar lecciones o reprimendas a nadie, pero considero que de aquellos barros, estos lodos.

La única solución -si es que llega a tiempo- para la locomotora es afrontar de cara y permitir que aquel vagón se exprese y vote libremente. Quizás así, se pueda echar un poco de aceite que vaya quitando el óxido.

MgA ha dit...

Entonces los oxidados son los del primer vagón, puesto que cualquier vagón ya cuenta con libertad de expresarse.
Otra cosa es que los maquinistas hagan caso, pero el sentimiento de una locomotora unida permite echar a los oxidados y seguir una unión como antaño hubo para que la locomotora siga adelante. Vagones sueltos no sirven de nada.